martes, febrero 17, 2009

 

Lo más de lo más en shopping

Saben quienes me conocen que no soy muy aficionado a las compras y los centros comerciales (salvo si es una librería de lo que estamos hablando). En cualquier caso, el otro día tuve la ocasión de visitar el centro comercial más grande de Europa. Inaugurado hace pocos meses y ubicado en el corazón del West End londinense, el centro es la viva expresión de la resistencia de comerciantes y consumidores al Credit Crunch y la crisis económica. Un alarde impresionante de luces, cristal, madera y todo tipo de ornamentaciones, el centro acoge a todas las marcas que no se podían permitir quedar fuera y probablemente a algunas más. Quedé realmente impresionado, y poco me extrañaría que se convirtiera en una de las visitas turísticas favoritas de los visitantes probablemente reemplazando a todos los mercados callejeros y sus incomodidades. Marcas reconocidas, amplios pasillos, multitud de áreas de descanso, todos tus restaurantes franquicia favoritos y sin olvidarnos de los más pequeños. ¿Quién va a querer mojarse, sufrir apreturas, comprar objetos sin garantía de calidad estándar o, peor aún, hechos a mano, cuando se puede tener un producto, prenda, artículo, lo que sea, diseñado por profesionales, fabricado de la forma más eficiente posible y dotado de esa imagen de marca tan importante para cualquier quinceañero, treintaañero reminiscente de su adolescencia, u orgulloso miembro de cualquier tribu urbana identificada con esa imagen? Y sin olvidarnos de los precios y del apoyo que traen estas multinacionales a esas deprimidas economías del tercer mundo que los fabrican...

En fin, que ya me estoy yendo por las ramas, como es habitual. Lo que realmente quería contar aquí es una de las últimas técnicas para captar a la clientela, que no había visto hasta la fecha y que volvio a tomar por sorpresa a mi ingenuidad que pensaba que ya lo había visto todo. En una de las tiendas, a la manera de los locales de moda que vemos en nuestras bienamadas series yanquis, había un portero, perdón personal de seguridad, con una cuerda regulando la entrada al interior y la consiguiente cola. La tienda no tenía ningún signo exterior aparente que se pudiera asociar a ninguna marca, ni siquiera un nombre y había únicamente unas exiguas ventanas que apenas permitían vislumbrar el oscuro interior. Por lo poco que pude ver eran prendas de ropa y abalorios al efecto. Por supuesto, la tienda no es que estuviera a rebosar, probablemente había muchísima más gente en el exterior. Los ingeniosos propietarios o sus eficientes ingenieros de marketing haciendo uso de la escasez como herramienta de captación de clientes. Doblemente ingenuo yo que no logro entender cómo la gente pasa por ese aro. Por eso nunca seré un ejecutivo de éxito, nunca se me podría haber ocurrido algo así.

Es una lástima que no me llevara la cámara (al fin y al cabo quién va a hacer fotos en un centro comercial), para ilustrar lo que cuento, pero nada seguro que vendían duros a cuatro pesetas en la susodicha tienda, con lo que no me queda más que decir que no se lo pierdan en su próxima visita a Londres y por supuesto ¡hagan cola señores!

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